Los últimos tiempos no se habla de otra cosa más que de los efectos de la pandemia. Una crisis distinta pero con los mismos efectos de aquella en 2008, en que la vida de muchas personas como ahora, dio un giro de 360°. En el contexto español, la gente de las ciudades volvió a su pueblo mientras que muchos extranjeros regresaron a su país de origen. Los que resisten, han encontrado la forma de materializar ideas ante la constante falta de oportunidades laborales y el replanteamiento del modo de vida.
El concepto de neorrural no es nuevo, en la década de los 70 con el desarrollo de las ciudades, la migración masiva generó parte del despoblamiento que hoy se ha vuelto crítico, las motivaciones son diversas pero el neorruralismo se entiende como una vinculación económica y voluntaria hacia estas zonas, una actitud descrita por el francés Bernard Kayser, que estudió la dinámica contemporánea de las zonas rurales en la que demostró la tendencia demográfica, así como los cambios significativos en términos de actividad y juventud, algunos de ellos muy rápidos generando malestar y crisis de identidad para quienes lo experimentaron. Para volver al campo hay que haber partido de él, pero esto no es propio de los neorrurales, ya desde la década de los 60 se habla de éxodos ante las crisis, el paro, la contaminación y burocratización, aunque por ese tiempo el movimiento hippie impulsa comunas de todo tipo.
Más allá de la relación campo-ciudad, las complejidades de trabajarlo no son conscientes cuando los urbanitas se lanzan a la proyección de un cambio de vida, llevados por la difusión de nuevos modelos político - culturales que muestran el lado atractivo del espacio rural, manejado en buena parte por una necesidad permanente de integración, y aliviando la angustia de su destrucción con iniciativas de impulso y sostenibilidad como el turismo rural. La ideología ecológica que mantiene lo urbano y sensibiliza al público ciudadano ante los problemas del medio ambiente, hacen aparecer al entorno rural como la máxima zona de nueva explotación y libertad, ante la falta de espacio en las ciudades y la lucha evidente por la posesión del suelo, encarecida por la propia dinámica de lucro. Pese a estar ahí todo el tiempo, parece que la moda de irse al pueblo resurge como un espacio de esperanza, lo cierto es que anclado en el capital puede ser su única justificación pero estaríamos olvidando una parte esencial del ser humano, es decir, su vínculo profundo con la naturaleza y la necesidad constante de dominarla en un sentido de beneficio, en el que también da un orden y un grado evidente de satisfacción, pero a cambio, te compromete en totalidad y te obliga a salir hacia ella motivado, con la cabeza en el presente con un alto nivel de concentración por su propia esencia, tan sorpresiva e imprevisible que siempre a partir de sus cambios, creas tu propia vida.
Emprender en el campo puede resultar problemático, en España el 60% de los municipios tiene menos de 1000 habitantes, de ahí que el rango de rentabilidad es limitada, por lo que la figura del Estado desaparece dando paso a la absorción de liquidez por parte de los bancos. Sin embargo, aún existen programas que apoyan el patrimonio arquitectónico y funcionan como granjas familiares donde se forma la figura del masover, concepto de origen catalán que encarna un trabajo de explotación agrícola en una masia y cuya finalidad es evitar el deterioro del espacio, rentabilizarlo y protegerlo de los okupas. Por otro lado agrupaciones como la Asociación de Emprendedores Rurales (AER) ubicados en Valencia, tienen claro entre otras cosas, que la formación empresarial y digital es imprescindible para incursionar también en este ámbito.
Plantándonos en la realidad, es probable que la gran mayoría de los neorrurales lleguen sin conocimiento previo de ningún tipo, pero a diferencia de la ciudad en el campo te dicen - si tienes interés y voluntad es posible - integrarse es más "sencillo" pero también es una relación que se da y se basa en la confianza, los títulos académicos no importan pues se ponen a prueba otro tipo de capacidades.
En cada estación del año debe replantearse el quehacer incluyendo las dinámicas propias, el calendario de cosecha, abono y descanso de la tierra, protección y uso de agua, alimentación, protección de animales y cantidades, recorte de hierba y cuidado de la madera, lo que haces en verano ya no sirve en invierno aunque sistemáticamente se haga lo mismo, pero en forma no tiene nada que ver. Dentro de casa son importantes las provisiones extras, tener velas siempre, desconectar aparatos en lluvias y precaución al encendido de faros externos después de éstas, con las puertas cerradas y nunca tan tarde pues los visitantes nocturnos como murciélagos o ratones pueden hacer una visita en la cama. En ciertos lugares de la campaña las ambulancias no llegan y dependiendo de la emergencia se facilitan las coordenadas y un helicóptero podría acudir a la zona. A pesar de ser idílico también es muy ruidoso internamente, los pendientes emocionales podrían reventar en la cara en un espacio de este tipo, pero sin duda, restablecen como un todo renovado.
Lo que podría salir mal en un campamento temporal como falta de comunicación y escasez, en un entorno rural se prolonga y por esa razón el ejercicio mental es el pilar. Al urbanita nato pensarse desconectado y aislado resulta aterrador, el esfuerzo de cambio radical supone cansancio adaptativo y ponen en cuestión el idealismo citadino de múltiples temas, como el ser o no vegano, el descanso mundano del consumo es real y el deseo por tener se resignifica por completo, aunque no deja de ser inútil en muchos casos. A pesar de estar cerca de la ciudad es increíble el vuelco de realidades que se vuelven paralelas de manera literal, a veces se siente vivir en un sueño por la inmaterialidad que existe en todo el entorno, un tema por cierto muy abordado en el arte. Al cerebro le cuesta asimilar un grado de aislamiento total y su salida abrupta a la dinámica de supervivencia citadino, ahora modificado quizá, para siempre por el COVID-19.
Según la ley de Pareto 80/20 establece que el 20% del esfuerzo genera el 80% de los resultados, la idea es aplicarla para identificar lo que de verdad importa en la vida. Pero dentro de sus múltiples aplicaciones, en el trabajo de campo se requiere un 100 porque es un esfuerzo físico constante enfrentado a "cosas" animadas todo el tiempo, y eso supone la puesta en marcha de las defensas del organismo en el que es posible sentir todo el cuerpo, incluso los músculos que no sabes que tenías, estar en alerta constante, utilizar la energía de emociones al servicio de la acción, y el pensamiento constante de continuar en lo que sigue y lo que vendrá, porque es un trabajo que no acaba nunca. Ese 20%, supone el esfuerzo extra para completar tareas, mantener la limpieza y hacer que las cosas queden completas, a veces ni siquiera bastan con estar bien, es decir un término normal, hay que dar una vuelta de tuerca extra constante para sentir que están bajo control dentro de su naturaleza de movilidad, a veces en la concentración se puede sentir todo el conocimiento colectivo que antecede la existencia. Agobia sin duda, y da poco tiempo para pensar en uno mismo o dedicarse a otra cosa además de la explotación agrícola. Para el urbanita cuesta agarrar el ritmo y administrar el esfuerzo, no debe hacerse siempre pero hay días en que no hay opción.
Todo este conjunto de vida será adecuada para algunos, de paso para otros o se convertirá en algo permanente, eso sí, independientemente del tiempo dedicado, la conciencia ya se habrá puesto de cabeza y muy probablemente el espíritu siempre anhelará volver.
* Agradecimiento a Yann Bultez pues éstas reflexiones son producto de su experiencia como masover en una finca, que actualmente se gestiona como granja familiar y patrimonio de interés cultural catalán.
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